Comentario sobre el poema
Recinto del pájaro y el círculo de los coros (de Claudio Lahaba).
Por Sol Lora.
Recinto del pájaro y el círculo de los coros es, sin duda, esa jaula idílica donde mis ojos y los tuyos fabricarán el tiempo de repaso entre las aristas que den soporte a una perspectiva nueva de retornar a la existencia, reforzada en el equipaje ineludible de los recuerdos; aquellos que aferramos y abrimos, para enfocar en su espejo de ensueño, todo lo que dejamos tras nuestras huellas, y nos refracta la vida que hemos caminado.
Queriendo recostar palabras que intenten escudriñar los escondites, entre estos versos, quedo definitivamente preñada, en la mirada, y tarareante a los giros de este canto, por lo que es de esperar que el animal que soy, en la carne, de visión borrosa, se lance a recorrer pasillos por el palacio ajeno, pretendiendo hender la puerta hacia olores ‘’que jamás nos fueran dados’’, pero que osadamente tantearé descodificar, por detrás y entre el olfato aclimatado, de aquel que tampoco llega a perfumarse con los bordes de un fantástico universo, el creado por su autor, Claudio Lahaba…
Entiendo que pudiera enfrentarme a una postura existencialista sobre la medida en que el texto se desarrolla, enmarcando destino del hombre sujeto a sí mismo, y donde los aires de esperanza se manifiestan bajo la responsabilidad de la propia acción del hombre. A la vez presumo que haya un poco de agnóstica apática en estos versos, para lo que me apoyo en el hecho de que sin llegar a descartar una entidad superior, el escrito no cambia para nada una posición frente a las condiciones humanas y la frecuencia de las luchas internas en la que reposa. Probablemente esta apreciación sólo sea producto de una percepción en la que pueda equivocarme, por lo que referiré la interrogante planteada por el propio Lahaba, la cual considero da entrañas y cuerpo al poema, y cito: ‘’¿qué proscritos códigos, qué puertas flotaran sobre los olores que jamás nos fueron dados?’, llevándome a pensar que ese mismo cuestionamiento recae sobre la totalidad existencial del hombre, sobre su esencia ("la existencia precede a la esencia" Sartre), ante la realidad que experimenta y la mentira de luz mediante la cual se acoraza.
Y es, ‘’Andrómina la luz del humo lo devuelto; ¿qué humedad pertenece al telar, los hilos del pájaro que la sombra en vuelo bebe?’’, toda la falsedad restituida por la luz, en aquello que observamos y que tratamos de tejer, dejándonos entre las esquinas el siempre vacío corporal y espiritual, nunca satisfechos en la humedad insignificante de los pedazos que nos bebemos. Así el hombre va golpeado una y otra vez, venda las heridas internas, y construye sobre esos pedazos en que la vida lo muerde.
Claudio Lahaba, nos sugiere una visión de un mundo en decadencia, a través de la mirada de un ojo que ha sido golpeado por su propio destino, hijo del azar y su realidad: ‘’Gladiatorio, fijeza o lámina fría; lánguida señal del miedo los dados transparentes ruedan las alturas, envueltos entran y con el ojo apuñaleado inicio un breve recorrido’’, y es cuando entonces comienza a inventariar una nueva manera para percibir el mundo, acotando los recuerdos, esos suicidios donde el hombre se agota, y resurge como un ave fénix de sus cenizas, podrido y finalmente al lugar donde encuentra su única victoria, que es perderse en aquello que deja atrás: ‘’y el triunfo no es poseer el pez, sino junto a él perderse’’.
Continúa diciendo que ese templo, la memoria, lleno de imágenes frías y muertas, que vamos acorralando, es la misma que nos sujeta y nos hiere, la misma que nos cambia: ‘’Porque no seremos los mismos, y como bultos de venas cortadas intentamos levantarnos, dibujar el tiempo un recinto en la ceniza, donde todo rostro sea cruz y señal del ángulo’’. La casa donde reposan nuestras cenizas, los recuerdos que son de donde nos levantamos cada vez de nuestro propio miedo y nuestras constantes muertes.
Así continúa con preguntas sobre el ser, sobre las mentiras que gritamos, y que sin embargo ni el infierno mayor hace que el hombre llegue a ser consumido para que el golpe de realidad lo hunda; más bien el mismo sufrimiento resulta el flotador que lo emerge y perfila nuevamente en rumbo: ‘’No es suficiente el fuego para consumirse, basta mucho más que el reino de la hoguera, decididamente más que incinerar el árbol y convertir las llamas en la tabla justa para el cuerpo que al hundirse flota o nos muestra un rumbo’’.
Quienes tantas veces son mojados por el dolor, hacen de él su mecanismo de defensa, en ello resume este poema un infierno sobre la tierra, desde el cual el pájaro sale a volar en despegue desde su obscuridad hacia la trasparencia: ‘’el ojo rancio descubre un extraño mecanismo’’ y ‘’Y se alucina para siempre, se alucina para nunca beber del telar la sombra deshilada, y el pájaro desde la mano, hacia la transparencia, oscuramente suelto’’.
Recinto del pájaro y el círculo de los coros resultará un gran paseo, uno turbulento hacia los confines de nosotros mismos y de nuestros espejos, donde muchos se abandonarán irremediablemente y perderán el rumbo, mientras otros encontrarán en él la opción a un mecanismo de defensa que los haga salir airosos ‘’para nunca beber del telar la sombra deshilada’’, la llama que golpeándonos quema la existencia, pero cuyas quemaduras pueden ser definitivamente el apoyo para impulsar ‘’el pájaro desde la mano, hacia la transparencia, oscuramente suelto’’, planeando sobre cada golpe de experiencia, el arma que nos libre la batalla.
RECINTO DEL PÁJARO Y EL CÍRCULO DE LOS COROS.
De Claudio Lahaba
Vendados ya, los blancos animales que el
palacio cruzan, ¿qué proscritos códigos,
qué puertas flotaran sobre los olores
que jamás nos fueron dados?
Andrómina la luz del humo lo devuelto; ¿qué
humedad pertenece al telar, los hilos
del pájaro que la sombra en vuelo bebe?
Vendadas aun, las nacientes divisiones dentro
del cuerpo sumergido en los charcos,
las ventanas que imitan el sonido, los
terribles golpes de quien mira.
¿Y quién puede mirar la gran mancha de agua
caer en la cabeza; quién muestra oscura
la lengua indicando cada punta grasienta
de la luz?
Gladiatorio, fijeza o lámina fría; lánguida señal
del miedo los dados transparentes ruedan
las alturas, envueltos entran y con el ojo
apuñaleado inicio un breve recorrido.
Altos puentes, mostradme la noche; recordarla ha
de ser un bellos suicidio; enredadera donde
los huesos son lamidos contra venados y un
ábaco antiguo.
Nocturnos bosques escarchados, ciudades, rápidas
luces y nítidos anuncios cruzando veloces
el templo de la memoria; porque me pudro
y el triunfo no es poseer el pez, sino
junto a él perderse.
Porque no seremos los mismos, y como bultos de
venas cortadas intentamos levantarnos,
dibujar el tiempo un recinto en la ceniza,
donde todo rostro sea cruz y señal del
ángulo.
La creación que mostraba el inicio, los collares
de la mentira brillando en el pecho de
plata, entre la estrecha bahía o su
nacimiento.
Si vendada ya, más aun la verdad; el humo por las
paredes no es precisamente convencerse y el
cuerpo un arco arcilloso, la tabla flotante
para lo que ha sido hecha; creación gloriosa
el cruce y temblor de las piernas hermosamente
colgadas, no contra ti, que anuncias como un
faro la llegada.
Sino contra quien pregunta, o invierte la respuesta
hacia nosotros, que nunca fuimos otros
preguntándonos lo desconocido; pero no basta
una escalera de alambre y rosas decoradas,
entre falacias fingir el grito.
No es suficiente el fuego para consumirse, basta
mucho más que el reino de la hoguera,
decididamente más que incinerar el árbol y
convertir las llamas en la tabla justa para
el cuerpo que al hundirse flota o nos muestra
un rumbo.
Vendados los golpes, el telón de fondo y la espuma
que el reloj nos diera, quien moja el aceite
del ojo rancio descubre un extraño mecanismo.
Y se alucina para siempre, se alucina para nunca beber
del telar la sombra deshilada, y el pájaro desde
la mano, hacia la transparencia, oscuramente
suelto.
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